domingo, 22 de octubre de 2017

Cuando la tristeza nos invade....

LA TRISTEZA



Todos hemos sentido tristeza alguna vez, una de las emociones básicas del ser humano. Sabemos reconocer de inmediato esta sensación en la persona que manifiesta la tristeza y es una de las emociones que más empatía provoca. Por ejemplo, nos resulta fácil llorar con algunas escenas tristes de películas o ante esta misma sensación en personas cercanas.

La tristeza puede presentar diferentes intensidades que van desde un leve desaliento o malestar hasta la tristeza vital más profunda que afecta a todas las funciones psíquicas del sujeto.

La tristeza constituye el síntoma nuclear de la depresión, constituye un síntoma que por sí solo no delimita un cuadro depresivo, ya que han de coexistir otras manifestaciones clínicas como la anhedonia, las ideas depresivas o alteraciones biológicas.

La tristeza también puede aparecer en situaciones normales no patológicas, ya que constituye un estado de ánimo universal. En la tristeza normal existe un estímulo que la desencadena y la emoción es proporcional en intensidad y duración a dicho estímulo.

Los componentes cognitivos de la tristeza se centran, básicamente, en los pensamientos sobre sucesos negativos pasados y en los pensamientos sobre sucesos negativos futuros, subjetivamente probables. Las personas tristes tienden a ser más taciturnas y a encontrar dificultad para concentrarse sobre asuntos indiferentes. Se sienten desdichados y perciben su entorno de forma negativa.

Como consecuencia de la tristeza pueden aparecer pensamientos negativos en torno al futuro, ya que la tristeza frecuentemente se acompaña de pesimismo, desesperanza y disminución de la motivación.

Los componentes afectivos de este síntoma adquieren relevancia clínica cuando son persistentes e inadecuados a la realidad, y se experimenta una tristeza cualitativamente distinta de la tristeza normal.

Aunque nuestro cerebro se encuentra preparado para enfrentarse a esta emoción, requiere de unos ajustes cuando nos invade la tristeza, necesitando en estas ocasiones más oxígeno y más glucosa para funcionar. Enfrentarse a esta emoción supone por ello, un mayor gasto energético. Si los periodos de tristeza se alargan, el cerebro baja la producción de serotonina, lo que esta intensamente relacionado con los trastornos depresivos.

Las lágrimas son un acompañante fiel de la tristeza, surgen casi sin control como respuesta inmediata a esta emoción, y nos sirven para desahogar y aflojar este sentimiento, para liberar la tensión que la tristeza provoca en nuestro cerebro.

A pesar de ser una emoción que no deseamos, cuando nos llega nos embarga, nos apaga y nos obliga a mirar hacia nosotros mismos en busca de razones y explicaciones. Esta experiencia de tristeza nos puede servir para aprender de nosotros mismos y nos debe servir para fortalecernos tras superar dicho proceso y seguir adelante. 

Es aconsejable compartir esta emoción, desahogarse, no encerrarse en casa, buscar nuevas ilusiones, sonreír y cuidarse a si mismo.

Si esta tristeza se alarga o si llega a invadir y dificultar nuestra vida cotidiana, es necesario pedir ayuda a un profesional. Admitir necesitar ayuda para enfrentarte a este estado no es un signo de debilidad, es un signo de fortaleza y cuidado personal.


domingo, 8 de octubre de 2017

LA SEXUALIDAD

LA SEXUALIDAD HUMANA


La sexualidad humana es una de las áreas de nuestra existencia más compleja que incluye componentes de carácter biológico, psicológico y social en constante interacción y que van dando respuesta al cómo somos, al cómo nos sentimos y al cómo actuamos en esta amplia área.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) la define, en esta misma línea, como un aspecto central del ser humano, presente a lo largo de su vida que abarca al sexo, las identidades y los papeles de género, el erotismo, el placer, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual. Se vivencia y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas, prácticas, papeles y relaciones interpersonales. La sexualidad puede incluir todas estas dimensiones, no obstante, no todas ellas se vivencian o se expresan siempre. La sexualidad está influida por la interacción de factores biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, legales, históricos, religiosos y espirituales.”

La sexualidad es una parte integral de la personalidad de cada uno de nosotros. Su pleno desarrollo depende de la satisfacción de las necesidades humanas básicas como el deseo de contacto, comunicación, intimidad, expresión emocional, placer, ternura y amor. La sexualidad se construye a través de la interacción entre el individuo y las estructuras sociales.

No hay una única sexualidad, por ello, y cada sujeto posee su propia sexualidad y ésta puede mostrar una asombrosa variación no solo interindividual, sino también intraindividual. La sexualidad y la conducta sexual se van conformando y trasformando en nuestro desarrollo para ir tomando forma como resultado de la constante interacción entre lo biopsicosocial de cada uno.

Esta complejidad en su definición es acorde con ser el comportamiento sexual posiblemente una de las áreas de la conducta humana, en la que es más difícil establecer el límite entre lo normal y lo anormal o patológico, puesto que no existen referencias externas que nos permitan tener puntos de corte claros.

La actividad sexual está fuertemente determinada no solo por el propio criterio personal de cada uno, sino además por el contexto social, cultural y religioso del sujeto que a su vez moldea su propio criterio. Esto hace que lo que es considerado normal aquí y ahora pueda no serlo en otro momento o lugar. Una determinada conducta inadecuada en una sociedad puede ser habitual en otra. Los avances científicos, como sucedió con la aparición de anticonceptivos orales, pueden determinar también cambios en los hábitos sexuales.

Podemos establecer de un modo general, que la definición predominante de lo que es un trastorno sexual en las clasificaciones diagnósticas al uso se basa, fundamentalmente, en la experiencia subjetiva de malestar en relación con algún aspecto de la actividad sexual propia. Esta definición se amplía para abarcar también aquellos comportamientos de carácter sexual que producen o pueden producir malestar a otra persona (como acoso sexual, coacción, exhibicionismo, etc.).

La sexualidad humana, además, está relacionada íntimamente con nuestras emociones, la afectividad y la aptitud para relacionarse. Por ello, de forma general, cuando las personas padecen problemas emocionales, afectivos o de relación importantes, su sexualidad suele verse alterada de un modo u otro, y son en muchos casos las alteraciones de la sexualidad las que actúan a modo de indicadores o señales de alarma de padecimiento por otros problemas emocionales.

Por ello, en muchos casos, no es posible el abordaje de la alteración sexual sin una perspectiva amplia, globalizadora y comprensiva del resto de las características vitales y psicológicas de la persona.