LA TRISTEZA
Todos
hemos sentido tristeza alguna vez, una de las emociones básicas del ser humano.
Sabemos reconocer de inmediato esta sensación en la persona que manifiesta la tristeza y
es una de las emociones que más empatía provoca. Por ejemplo, nos resulta fácil llorar con algunas
escenas tristes de películas o ante esta misma sensación en personas cercanas.
La
tristeza puede presentar diferentes intensidades que van desde un leve
desaliento o malestar hasta la tristeza vital más profunda que afecta a todas
las funciones psíquicas del sujeto.
La
tristeza constituye el síntoma nuclear de la depresión, constituye un síntoma
que por sí solo no delimita un cuadro depresivo, ya que han de coexistir otras
manifestaciones clínicas como la anhedonia, las ideas depresivas o alteraciones
biológicas.
La
tristeza también puede aparecer en situaciones normales no patológicas, ya que
constituye un estado de ánimo universal. En la tristeza normal existe un
estímulo que la desencadena y la emoción es proporcional en intensidad y
duración a dicho estímulo.
Los
componentes cognitivos de la tristeza se centran, básicamente, en los
pensamientos sobre sucesos negativos pasados y en los pensamientos sobre
sucesos negativos futuros, subjetivamente probables. Las personas tristes
tienden a ser más taciturnas y a encontrar dificultad para concentrarse sobre
asuntos indiferentes. Se sienten desdichados y perciben su entorno de forma
negativa.
Como
consecuencia de la tristeza pueden aparecer pensamientos negativos en torno al
futuro, ya que la tristeza frecuentemente se acompaña de pesimismo,
desesperanza y disminución de la motivación.
Los
componentes afectivos de este síntoma adquieren relevancia clínica cuando son
persistentes e inadecuados a la realidad, y se experimenta una tristeza
cualitativamente distinta de la tristeza normal.
Aunque
nuestro cerebro se encuentra preparado para enfrentarse a esta emoción, requiere
de unos ajustes cuando nos invade la tristeza, necesitando en estas ocasiones más oxígeno y más
glucosa para funcionar. Enfrentarse a esta emoción supone por ello, un mayor gasto
energético. Si los periodos de tristeza se alargan, el cerebro baja la producción
de serotonina, lo que esta intensamente relacionado con los trastornos
depresivos.
Las
lágrimas son un acompañante fiel de la tristeza, surgen casi sin control como
respuesta inmediata a esta emoción, y nos sirven para desahogar y aflojar este
sentimiento, para liberar la tensión que la tristeza provoca en nuestro
cerebro.
A
pesar de ser una emoción que no deseamos, cuando nos llega nos embarga, nos
apaga y nos obliga a mirar hacia nosotros mismos en busca de razones y
explicaciones. Esta experiencia de tristeza nos puede servir para aprender de
nosotros mismos y nos debe servir para fortalecernos tras superar dicho proceso
y seguir adelante.
Es aconsejable compartir esta emoción, desahogarse, no
encerrarse en casa, buscar nuevas ilusiones, sonreír y cuidarse a si mismo.
Si
esta tristeza se alarga o si llega a invadir y dificultar nuestra vida
cotidiana, es necesario pedir ayuda a un profesional. Admitir necesitar ayuda para enfrentarte a este estado
no es un signo de debilidad, es un signo de fortaleza y cuidado personal.