domingo, 10 de abril de 2016

HIJOS FELICES

                HIJOS FELICES




Al conocer a un niño cualquier adulto de alguna forma intuye si éste es o no feliz. Los niños difícilmente guardan sus sentimientos y si por temor se ven obligados hacerlo, es seguro que su malestar termina por ser visible en la mayoría de sus actos.

Todos deseamos que nuestros hijos crezcan sanos y felices. Para ello es necesario conocer cuáles son sus necesidades en cada momento evolutivo y en cada situación, para así poder cubrirlas o ayudarles a cubrirlas. Esto, que es una clave educativa imprescindible, en algunas ocasiones puede no ser tan fácil de llevar a cabo.

Pocos padres acuden a una escuela de padres para asesorarse y asegurarse de cuáles son las necesidades de sus hijos. Generalmente uno educa como sabe, como fue educado y siempre intentando mejorar o intentando hacerlo mejor bajo su criterio que en algunas ocasiones puede no ser el más adecuado. A veces en esta aventura de educar siempre surgen dudas. Uno debe intentar resolverlas con sus propias experiencias, con otras experiencias de amigos, con libros o incluso con el asesoramiento técnico de algún profesional experto.

Cuando un padre no entiende lo que le pasa a su hijo en un determinado momento o situación y esta preocupado por ello, basta que lo comente con otro padre que tuvo una experiencia similar para que el padre se relaje pensando que lo que le pasa a su hijo le pasa también a otros. Es importante que un padre esté relajado para educar a sus hijos y no trasmita ni inseguridad, ni ansiedad, ni ambivalencia.

El objetivo es enseñar al niño para su salud y felicidad, que se arme con una autoestima sólida que le sirva en su vida para desarrollar lo mejor de sí mismo y además estar satisfecho por ello. La autoestima no es algo innato. Un niño aprende a quererse a sí mismo y a valorarse en la medida en que los que le rodean y sobre todo a los que más aprecia (a los padres), le quieren y le valoran. Si un niño se valora y se quiere a sí mismo, se va sentir más seguro en el uso de sus recursos personales para solucionar los problemas. Y es así solucionando sus pequeños problemas cotidianos como va aprender a defenderse en la vida. Los padres no deben resolver los problemas que le pueden surgir a sus hijos, pueden asesoran y animarles para resolverlos, y sobre todo felicitarles cuando los resuelvan.

Todo lo que rodea a un niño es importante y le influye. Esto de enseñar a vivir a nuestros hijos, a veces se complica por nuestros propios problemas. Nuestros hijos, porque nos conocen más de lo que esperamos, saben si uno esta contento y relajado o si por el contrario está estresado y de mal humor. Es difícil pero necesario también enseñar a nuestros hijos a disfrutar y valorar cada momento y cada situación. La mejor manera es predicar con el ejemplo. Si unos hijos ven cómo sus padres disfrutan con él mientras le bañan, por ejemplo, seguramente disfrutará más del baño que si los padres están deseando que se termine el baño. Otra regla de oro es por lo tanto intentar disfrutar de cada actividad cotidiana que compartamos con nuestros hijos.

Estas pautas generales de educación deben incluir unos buenos canales de comunicación entre padres e hijos y es también función de los padres fomentar la comunicación con sus hijos desde incluso el nacimiento. El niño debe tener la certeza que siempre se le escucha y se le responde. Siempre hay que encontrar tiempo para escuchar a nuestros hijos. Los niños necesitan depositar en los adultos sus inquietudes, alegrías, sentimientos, necesidades, malestares, descubrimientos... para asegurarse, reforzarse, afianzarse, decidirse, desahogarse y aprender. 

La guinda entre estas pautas generales de educación para la felicidad, que va unida a todas las anteriores, es la trasmisión de los afectos. Los niños para ser felices necesitan sentirse queridos, protegidos, cuidados, achuchados. Los besos, mimos, abrazos y cariños nos ayudan a trasmitir los afectos. Todos nuestros cuidados y atenciones, incluyendo nuestros castigos y regaños, trasmiten a nuestros hijos la preocupación de unos padres que les quieren. Cuando un niño se siente carente de afectos es posible que haga unas demandas de atención con malos comportamientos para así, de cierta manera, asegurarse que sus padres, con sus castigos y regaños, se preocupan por él y le quieren.

No nos podemos olvidar de lo que a veces cuesta más en la educación de nuestros hijos. Se trata de los límites. Nuestros hijos deben tener unos límites claros y adecuados para cada edad. Esto tiene que ver con el autocontrol y la responsabilidad que vayan teniendo nuestros hijos. Ellos van a intentar convencernos de que les dejemos trasgredir los límites, más tiempo de tele, atrasar la hora de acostarse, etc. Y en muchas ocasiones los van a trasgredir y la respuesta debe ser clara.

Estos límites deben ser los mismos de ambos progenitores. Los límites son por su bien, y aunque a veces nos sintamos tentados por quitarlos por darles gusto, debemos ser conscientes de que son tan necesarios como el comer. En padres separados pasa con mucha frecuencia por el conflicto de lealtades que se produce, que la tentación de levantar los límites este más presente.

Una buena y adecuada cantidad de límites, mucho amor, tiempo y buena comunicación son los pilares para conseguir que nuestros hijos sean felices.


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