lunes, 14 de marzo de 2016

MI VERDADERA MADRE: SEGUNDA HISTORIA DE VIDA


OLYMPUS DIGITAL CAMERA
MI VERDADERA MADRE
 Me llamo Rosa y ahora tengo 13 años. Nací en primavera, en un día tormentoso. Según me cuenta mi tía paterna, yo era un bebe largo y bastante feúcho pero mi madre estaba feliz, lo que no era muy habitual en ella. Mi padre, un tipo áspero y duro, se mantenía firme en esta actitud, a pesar de mi llegada. Esto debía ser lo que él entendía que debía hacer. Además, efectivamente no debí ser muy bonita, porque apenas tengo alguna foto de aquella época, de la que apenas tampoco tengo casi recuerdos.
Me contaron que mi madre siempre estaba apenada, temerosa, muy triste, y me cuidaba con mucho recelo de todo y todos. Sé que me quería y esto solo lo sé yo. Debía estar muy enferma del alma porque un día, cuando yo tenía casi cuatro años, se quitó la vida sin avisar. Yo no me enteré de nada porque me llevaron unos días a vivir con mi tía soltera, hermana de mi padre, y pasé unos días como de vacaciones. Mi padre debió enloquecer, porque se enfadó con todo el mundo, con la familia, con los compañeros del trabajo, y sobre todo con mi madre por abandonarnos de esta manera. Quizás yo también me hubiera enfadado de saberlo.
Pues bien, mi padre también se enfadó con mi tía y por eso tuve que volver con mi padre a casa y fue entonces cuando empecé, y de esto sí me acuerdo, a echar de menos a mi madre. Mi padre no es un hombre cariñoso, más bien ha sido siempre de mucha frialdad en los afectos, de una dureza muchas veces invariable y cruel. Es un hombre de pueblo que tampoco ha tenido una vida fácil. Muy joven se vino a Madrid a buscarse la vida con lo puesto y pudo hacerse, pasando algunas penalidades, un pequeño hueco para sobrevivir. Mi madre, sin embargo, debió ser una mujer muy frágil y a la que sin duda mi padre no supo apoyar, sino todo lo contrario; aunque sí me han dicho que cambió mucho cuando la conoció y parecía quererla mucho. Imagino que por esto estaba tan enfadado.
Al final, nos quedamos los dos solos, mi padre y yo. De atenderme a mí y a la casa mi padre no tenía ni idea. Valoraba que esas funciones no debía realizarlas un hombre, así que decidió que debía buscar una mujer que se encargara de aquello. Ya he dicho que mi padre es un hombre de pueblo, bastante chapado a la antigua.
No pasó mucho tiempo, afortunadamente, hasta que mi padre encontró a mi segunda madre, un ángel del cielo. Este ángel se ocupó de mí desde el principio y con mucho cariño. Me cuidaba, me alimentaba, me regañaba y con ella jugaba. En breve se convirtió en mi segunda madre y así la quería yo y ella me quería a mí. Mi padre seguía  siendo un bruto y muy áspero, pero mi madre minimizaba todo esto y éramos una familia feliz. Yo no me separaba de mi segunda madre y ésta me hizo el mejor de los regalos, mi hermana.
El nacimiento de mi hermana fue maravilloso para todos, hasta para mi padre, que parecía feliz. Era preciosa y un bebe buenísimo. A mi me encantaba cuidar de ella junto a mi madre. Ésta me daba un lugar de hermana mayor donde yo me sentía feliz y muy importante.
Al principio mi padre estaba feliz con todos, pero yo empezaba a ver como hacía diferencias entre mi hermana y yo. Si ella era buena en las comidas, la comparaba conmigo porque yo siempre había comido fatal. Si mi hermana lloraba poco, yo siempre había sido una llorona. A mí no me importaba, a fin de cuantas tenía una mamá y una hermana que me querían y ellas hacían que esto no fuera importante.
Fueron unos años, unos pocos años felices. Mi madre me enseñó a amar y ser amada. Sobre todo conseguí que los mensajes grotescos y de desvalorización que mi padre arrojaba a mi persona no me afectaran. Yo era mala estudiante, cuando sacaba las mejores notas, era una mala hija, sin que nunca le hubiera discutido nada; era mala en casi todo, la peor…como mi madre. Y es que yo me parecía a mi madre y el seguía muy enfadado con ella por habernos dejado.
Todo iba bien hasta que mi madre se puso enferma, aunque ella no se quejaba nunca. Al enfermar, de nuevo la vida no fue buena con nosotros, porque no enfermó de cualquier cosa, sino de algo que era muy grave. Pasó mucho tiempo sufriendo en el hospital y mi padre, que al fin si había llegado a quererla, se pasaba los días allí con ella. Yo con nueve años me encargaba de cuidar a mi hermana de cuatro y de las cosas de la casa. Mi padre consintió al final, a petición de mi madre, que mi tía soltera, su hermana, cuidara de nosotras a la salida de su trabajo. Fueron días muy duros. No nos dejaban ir a ver a mi madre y aunque nos decían que estaba mejor, las cosas no iban bien. Yo le pedía a Dios que no me quitara a esta madre, no solo por mí sino también por mi hermanita, aunque por lo menos ella no parecería enterarse de mucho.
Pero mi segunda madre también se murió, sin que pudiéramos hacer nada. Cuando nos lo dijeron creí morir, aquello no podía ser verdad, otra vez no podía pasar. Todo era muy triste y la echábamos mucho de menos, tanto que creí que no iba a poder dejar de llorar. Pero tenía que dejar de llorar para poder consolar a mi hermana, que aunque no parecía enterarse de mucho, sí debía intuir que algo terrible estaba pasando y por eso nuestra madre nunca más iba a volver con nosotras. Yo lloraba a escondidas.
La reacción de mi padre fue terrible. De nuevo se enfadó con la familia, con nosotras, con el mundo y consigo mismo. Fueron días muy duros y muy largos. Apenas comíamos arroz y lentejas y algo de fruta, que según mi padre era lo necesario. No permitía que nadie viniera a vernos. Pasábamos las tardes haciendo deberes y en silencio. Si mi hermana jugaba y hacía ruido mi padre se enfadaba mucho y siempre me castigaba a mí sin explicaciones, yo tenía que cuidar de mi hermana que era lo único bueno que a él le quedaba. Para mí también era lo único que me quedaba. Así pasaba los días deseando que llegara la noche para poder llorar en silencio a mi madre. Y cada noche lloraba un poco menos.
Mi padre salía por la mañana y nosotras debíamos arreglar la casa antes de ir al colegio. Tomábamos el desayuno, leche y las mismas galletas de siempre, para después ir al colegio. Yo estudiaba mucho para no enfadar a papá y las notas eran muy buenas. Algunos días que no tenía mucho tiempo me levantaba por la noche y terminaba mis tareas. Mi tía venía algunos días a visitarnos a escondidas y nos traía, para nosotras, los mejores regalos, unas braguitas nuevas, lápices para el colegio, incluso chucherías, prohibidas terminantemente en nuestra casa. Mi padre era tan austero que jamás nos dio una propina. De vez en cuando nos traía ropa que le debían de dar y, aunque no nos gustara, debíamos ponérnosla. En casa no teníamos champú, gel de baño o colonias, solo jabón para lavarse, no hacia falta más.
Lo peor de todo en estos años fue que mi padre cada día hacía más diferencias con nosotras. Yo siempre tenía la culpa de todo lo que pasaba, siempre debía recoger, aunque yo no hubiera revuelto nada, era la peor estudiante a pesar de sacar buenas notas, sus mensajes me decían lo poco que valía, lo porquería que era y como era igual que mi madre, se refería a mi primera madre. Jamás se me ocurría contestarle, pero no aguantaba mucho, la verdad, y cuando me echaba a llorar me repetía eso de mi madre: “como tu madre siempre llorando”.
A pesar de que mi padre de esta forma intentaba que mi hermana y yo nos lleváramos mal, fuimos siempre las mejores hermanas, ella siempre me defendía con mi padre y muchas veces se la ganaba por ello. Siempre me he sentido muy cercana a ella y muy responsable de ella. Es lo mejor que me queda y ha sido mi único aliento durante muchos años.
En el colegio, la verdad, nunca he tenido muchos amigos, soy tímida, y además, soy la rara, visto diferente, no veo los programas de la tele que mis compañeros veían, no participaba en ninguna actividad extraescolar o en las propias excursiones del colegio. Con los profesores siempre me he llevado bien, especialmente con mi profesora de gimnasia de los últimos años, que siempre mostraba especial interés por mí.
Al cumplir 11 años era la más alta de la clase y eso que no comía mucho, un día empecé a sangrar por mis partes y no sabía qué me estaba pasando. En el colegio había oído hablar de la regla, aunque no sabía muy bien cómo funcionaba. Esperé al domingo, que habíamos quedado con mi tía a escondidas, para preguntarle sobre lo que me estaba pasando y lo que debía hacer. Me las arreglé para cortar unas toallas viejas a modo de compresa (que yo no sabía ni que existían). Menos mal que mi tía me lo explico y me trajo compresas, porque yo, con esto de mi padre, antes me hubiera muerto que pedirle compresas o decirle lo que me estaba pasando.
Al año siguiente, mi tutora fue la profesora de gimnasia que siempre había sido tan atenta conmigo. Ésta citó a mi padre en una tutoría. No sé qué paso en esa reunión pero mi padre vino muy enfadado, diciéndome que qué le había dicho a la profesora, que desde luego en cuanto cumpliera los 16 años ya me iba a preparar para trabajar y dejar de ser un gasto, yo desde luego no servía para estudiar. Yo era para mi padre cada día un incordio más grande, no servía nada más que para fastidiar. Ese día se enfado más que nunca y creí que me iba a pegar, pero no hacía falta, sus palabras eran afilados cuchillos que se hundían en mi carne. Nunca llegó a pegarme, no hacía falta.
Durante ese año yo no dejaba de crecer y la verdad parecía un fideo. Mi padre es muy alto y delgado y parece que yo iba por el mismo camino, serían las lentejas que tomaba casi a diario. Alguna vez las tiramos y comíamos alguna cosa que mi tía nos había traído. Mi padre nunca se dio cuenta, el tenía su comida aparte en la nevera y nos decía que cuando nos la ganásemos podríamos comer de esas cosas. Esas cosas eran normales que se comen en todas las casas, como embutidos, yogures y carnes y algunos productos que traía del pueblo de vez en cuando. A mi hermana sí le daba de su comida, sobre todo delante de mí cuando se enfadaba por lo que fuese y a mí me dejaba claro que yo no merecía esa comida. A mí no me importaba, nunca tenía hambre.
Un día mi padre nos pilló con mi tía en casa y se enfado mucho, tanto que la echó a patadas de casa. Pasaron meses hasta que volvimos a verla, de nuevo a escondidas. Mi tía le tenía miedo a papa, ya que una vez llegó a pegarse con uno de sus hermanos y a todos les había amenazado, incluso al abuelo, todo por dinero, creo.
Una mañana mi padre se levantó tarde y de mal genio. Nos despertó antes de tiempo y nos dijo que nos vistiéramos que íbamos al “loquero”. Nos advirtió de que no nos atreviéramos a quejarnos que si no, nos encerrarían en un colegio para niñas malas. Fuimos a un centro y allí nos atendieron unos psicólogos. Conocían nuestra historia y ofrecieron a nuestro padre ayudarle para ser un buen padre. Mi padre no estaba de acuerdo, pero finalmente, no sé cómo accedió, y le dieron un montón de citas para nosotras.
Pasé miedo cuando me preguntaban, yo no quería seguir viviendo con mi padre, pero mi padre se iba a enfadar mucho. Mi tía quería que fuéramos a vivir con ella, pero tenía miedo de las represalias de mi padre. Valoraron que debíamos dejar de vivir con mi padre y fuimos a una residencia. Era un lugar pequeño con algunas niñas y unas monjas que nos cuidaban, no era una residencia para niñas malas. Seguíamos en el mismo cole y en el mismo barrio. Todo fue muy rápido. No sé muy bien cómo se lo tomo mi padre, pero vino a vernos al día siguiente para traernos ropa, yo no llegué a verle porque estábamos en el colegio.
Ese día, justo el siguiente a nuestro ingreso en la residencia, en el recreo no sé lo que pasó que me caí al suelo y ya solo recuerdo que me desperté en la cama del hospital. A mi lado estaba mi tía. Ella me dijo que llevaba varias horas como desmayada y ahora debían hacerme pruebas, para saber que me pasaba.
Pasé varios días en el hospital y todo quedó en un gran susto. Tenían sospechas de que tuviera algo gravísimo dado que tenía una gran anemia. Había crecido demasiado rápido sin estar bien alimentada y el cuerpo me pasaba factura. Pasé unos días recuperándome en el hospital. Para mí este fue el comienzo de otra vida. Vino mucha gente a verme. Mi tía y mi hermana venían a diario, algunos compañeros de clase, también vino mi profesora, incluso los psicólogos: Me sentía más cuidada que nunca. Vino mi padre, creo que fue la primera vez que le vi preocupado por mí. Estaba enfadado, él siempre se enfada cuando las cosas van mal, pero también estaba preocupado.
Salí del hospital y volví a la residencia, donde pasamos aproximadamente un año, hasta que terminamos el curso escolar. Los fines de semana íbamos a casa de mi tía y pasábamos allí también las fiestas y vacaciones. Mi padre poco a poco mejoró su relación con su hermana y venía algún día a comer a su casa en el fin de semana. Al final venía a vernos con frecuencia todos los fines de semana y entendió que íbamos a estar mejor con su hermana, aceptando incluso que fuéramos definitivamente a vivir con ella. Lo que más nos sorprendió es que quiso hacerse cargo de una parte de nuestros gastos y cuando venia a vernos los fines de semana, a veces, nos traía pasteles, incluso algún regalo, y nos los traía a las dos hermanas.
Ahora que ya no vivo con mi padre, he aprendido que a su manera nos quiere, incluso a mí. Que mi padre es muy bruto, brutísimo, pero la vida ha sido muy dura con él y aunque no fue justo con nosotras no supo hacerlo de otra manera. Ya no tengo reproches para él, ni estoy enfadada o triste, a veces, todavía, me dan un poco de miedo sus salidas o enfados, pero ahora que estoy más lejos de él, estoy más cerca y estoy tranquila.
No sé si es pena lo que siento por mi padre, no ha sido bueno conmigo, pero es mi padre y no tengo otro. Tuve dos madres y ahora la vida me ha dado a la tercera, mi tía con la que vivo junto a mi hermana. Estamos muy a gusto y contentas, pero yo sigo echando de menos a mi segunda madre, mi verdadera madre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario