sábado, 5 de marzo de 2016

BUSQUEDA INNAGOTABLE DEL CUIDADO


PRIMERA HISTORIA DE VIDA

BUSQUEDA INNAGOTABLE DEL CUIDADO
Ya no me acuerdo cuando empecé a vomitar, según mi madre desde que era un bebe. He pasado media vida acudiendo a los médicos y especialista entre ingreso e ingreso en distintos hospitales. A pesar de ello, parece que todavía no saben lo que tengo y cada vez me mandan distintas pastillas o jarabes.

Mis papas llevaban 10 años casados cuando mi madre se quedo embarazada. Con el tiempo ya habían perdido toda esperanza de tener hijos y mi llegada fue como un regalo inesperado del cielo. Mi padre cerrajero de profesión, estaba entusiasmado y bastante atemorizado con mi llegada, pero confiaba en que mi mama, auxiliar de enfermería, podría resolver todas las cuestiones para el adecuado cuidado de un bebe. Tardó mucho en cogerme en brazos, pues tenía miedo de que pudiera pasarme cualquier cosa.

Parece que mis papas cambiaron toda su vida con mi nacimiento y desde entonces toda su vida y actividad giraba en torno a su bebe. Desde muy pequeñita, ya no se acuerdan desde cuando, mi cuerpo expulsaba todo lo que ingería  y por ello mi madre se pasaba los días en vela, de especialista y especialista, buscando la causa de este malestar que me hacía cada día más vulnerable y frágil. Al principio todo apuntaba a la típica inmadurez del sistema digestivo que padecen algunos bebes, pero nunca se confirmó y no cesaba. Lo que había llegado como un regalo pronto había convertido sus vidas en una actividad desenfrenada y de constante ansiedad por cuidar y paliar el malestar de un bebe enfermo.

Así comenzó mi vida, en idas y venidas al hospital, entre pinchazos, medicamentos y demás pruebas. Tenía suerte de tener a una mama enfermera que podía darme sus mejores cuidados y atenciones. Mi papa se quedo bloqueado con la situación, y solo cuando mi enfermedad me daba una pequeña tregua y empezaba a crecer, mi papa cambiaba su oscura mirada y jugaba sin parar con aquel bebe que absorbía cada uno de sus acercamientos, carantoñas y afectos como la mejor medicina para todos sus males.

Mi bajo peso y mi alterado desarrollo me hacían con los años cada vez más frágil y más necesitada. Nunca pude llegar a ser una niña normal, simplemente era una enferma en tratamiento. Pasaban meses en los que acudía más al médico que al colegio, o pasaba más tiempo en el hospital que en casa. Mi escasa escolaridad y sociabilidad, hacía que todo mi desarrollo fuera a cámara lenta.

Mis constantes ingresos eran muchas veces muy alarmantes, con 10 años los médicos seguían sin dar ninguna explicación de lo que me pasaba y eran incapaces de que mi cuerpecito dejara de vomitar todo lo que comía vía oral o por vena. Me dieron diferentes diagnósticos, pero cuando los tratamientos no iban bien, buscábamos otro especialista para que encontrará lo que me pasaba.

Mi madre lo dejo todo para cuidarme, era la mejor de las enfermeras e incluso, se adelantaba a los médicos, pues sabía con muy buena precisión cuando volvería a empezar a vomitar. Ella se encargaba de darme todas las medicinas y era muy buena conmigo, y a pesar de que los médicos me habían prohibido beber agua, ella a escondidas me dejaba beber o se hacía la despistada cuando yo me metía en el baño a beber agua. Ella quería que me curase, pero a veces no podía verme sufrir y una vez desesperada llego arrancarme una sonda que tenía puesta para curarme, pues aunque parecía que daba resultado, a mí me dolía mucho. Mi madre lo dejo todo para acompañarme en este trasiego de aquellos largos y duros años.

Mi padre no pudo seguir sufriendo por su hijita y un día enloqueció, creía que todo lo que me pasaba era obra del diablo y de algunas magias que me estaban haciendo daño. Mi mama se separó de él y también le alejaron de mí y yo sufrí mucho porque deje de verle. Había desaparecido todo su amor que me hacía menos dolorosa toda esa vida llena de sufrimiento. Me había quedado muy sola.

No tenía amigos de mi edad porque no acudía al colegio más de tres o cuatro días seguidos y además era la rara, más bajita, más delgada, más frágil, más triste. Conocía a muchos médicos y enfermeras y algunos muy buenos y cariñosos. En el hospital vienen payasos a jugar con nosotros y una profesora nos da clase cuando nos encontramos mejor. En el hospital he tenido amigos, pero unos se van a sus casas y otros se van para siempre, este siempre es muy triste. Yo ya he vuelto muchas veces a casa y algún día me iré para siempre. Cuando estoy muy cansada pienso en esto.

Un día mi madre me pregunto que me gustaría para mi cumpleaños de ya 11 años. Yo le conteste quería ver a mi papa y no se porque mi mama se enfado mucho y me dijo que eso era imposible y que mi papa estaba muy enfermo. Evite hacer más preguntas porque sentí que mi madre estaba tensa y no quería hablar más de mi padre. No solo no podía verle, tampoco podía hablar de él.

Llevaba ya varios días ingresada cuando un día hable con una enfermera que era muy buena de lo mucho que echaba de menos a mi padre y, no sé cómo lo hizo, pero a la semana siguiente mi padre vino a visitarme. Se había puesto guapo para venir a verme. Estaba muy flacucho, como yo, y me dio pena. Nos abrazamos mucho rato y se que mi papa estaba llorando. Yo también llore porque estaba contenta de tenerle cerca. Le pedí a papa que no dejara de venir a verme. El me explico que ya estaba mejorcito de su enfermedad y que volvería muy pronto a verme. Esa tarde con mi padre se paso rapidísimo, yo tenía mucho que contarle y el me escuchaba con mucho interés. Cada ratito me envolvía en sus brazos y me besaba para devolverme todos los abrazos que no había podido darme. Cuando llego la cena mi padre tenía que irse pero me prometió que volvería muy pronto. Yo no llore cuando se iba porque sabía que si lloraba mi papa lloraría y yo no quería que se enfermase.

Hasta que empecé a cenar no me di cuenta de que mi madre no había venido esa tarde. Pensé que debía saber que iba a venir mi padre y por eso no vino. Cuando termine la cena, el puré de todas las noches que sabía a rayos, escuche el sonido de los tacones de mi madre. Como si no hubiera pasado nada, no dijo nada de mi papa y yo evite también hablar de él esa noche. Esa noche fue como si mi cansancio me hubiera dado vacaciones. Mi madre me dio agua, aunque ese día no tenía ganas, y termine otra vez vomitando.

A los dos días de ver a mi padre me dieron el alta y estuve en casa mucho tiempo. Un sábado mi madre que parecía nerviosa y enfadada me llevo a una casa sin decirme nada. Hablo con una señora que le pidió que volviera a por mí en una hora. Mi madre se despidió sin decirme nada. Yo pensé que sería para hacerme alguna prueba médica. La señora me llevo a una habitación sin más y allí estaba mi papa. Que sorpresa, corrí abrazarle. No entendía nada de aquello pero estaba contenta. Mi papa me contó que ahora nos veríamos en ese sitio cada semana. Qué bien, estaba feliz. Mi padre me prometió que ya no me volvería a dejar, que no volvería a enfermar. Yo pase la tarde encantada y sin ganas de vomitar. Luego me recogió mi madre y me llevo a comer cosas muy ricas y volví a vomitar. Ese día mi mama estaba enfadada y no hablamos nada de mi papa.

El sábado siguiente yo tenía muchas ganas de ir a ver a mi padre, pero mi madre por la mañana me dejo beber agua y vomite. Mi madre llamo algún sitio diciendo que yo estaba enferma y no podía salir a ver a mi padre. Fue entonces cuando volví a vomitar sin parar y volví al hospital. Creí que otra vez me quedaría sin ver a mi padre, pero a los dos días vino a verme y enseguida me dieron el alta. Pensé que las visitas de mi padre eran la mejor medicina para mi enfermedad.

Entonces volví a tener varios ingresos. Mi madre la pobre sufría mucho y me cuidaba todo el rato en el hospital. Por la noche cuando me quedaba dormida se iba a casa y por la mañana volvía muy prontito para ser ella siempre la que me daba todas las medicinas, además de vitaminas que siempre me compraba para estar un poco más fuerte. Una mañana no vino mi madre. Vino una enfermera a explicarme que mi madre no iba a poder venir a verme en unos días porque estaba enferma. Yo me puse muy triste hasta el ratito que vi llegar a mi padre. Mi papa me explico que tenía que ponerme buena para salir de allí e irme a vivir con él a nuestra casa. Mi madre estaba enferma y por lo visto últimamente se había confundido con las medicinas que me daba. Era ella la que ahora estaba en el hospital, porque cuando se habían dado cuenta de lo que pasaba y se lo dijeron, ella se volvió a confundir y se tomó todas mis medicinas y empezó a vomitar como yo y se había quedado como dormida.

Mi papa no se separo de mí hasta que salí del hospital. Volvimos a casa y fue como si su cercanía me hubiera curado. Ya no tomaba tantas medicinas y aunque a veces seguía vomitando estaba mejor y además ya no estaba tan cansada. Mi papa estaba muy contento y trabajaba hasta muy tarde en una habitación que tenía llena de trastos, pero siempre estaba pendiente de mí.

Desde entonces estoy casi sin vomitar y llevo cuatro meses sin ingresar. El último médico me dijo que tenía el Síndrome de Münchhausen y que ya no tenía que tomar ni pastillas ni jarabes. Mi padre ha tenido que comprarme ropa nueva porque he empezado a crecer y engordar. Aunque todavía no puedo quedarme en el colegio al comedor, cada día como más cosas que me sientan bien. Tengo dos nuevas amigas en el colegio, con las que juego en los recreos y con las que voy a ir a extraescolar de música.

Estoy muy contenta pero también echo de menos a mi madre. Mi padre me ha llevado a verla al hospital, aunque esta bastante dormida. La miro y la beso y sé que se alegra mucho. Mi papa evita entrar pero se que esta triste como yo al ver a mi mama tan enferma. Ojala se cure pronto y venga a vivir con nosotros.



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