jueves, 1 de diciembre de 2016

PARANOIA

LA PARANOIA


Decimos ¡estas paranoico!, cuando nos encontramos con alguien que les da muchas vueltas a las cosas o se tienen ideas o desconfianza exageradas.

Todos podemos llegar a ser paranoicos en determinadas circunstancias o al menos alcanzar distintos estados paranoicos. Por ejemplo, la desconfianza, más o menos exagerada, es un cierto rasgo paranoide, una característica de personalidad que tiene una graduación entre lo normal y lo patológico. Todos podemos tener un pequeño grado de esta desconfianza que puede ser agravada más o menos por las circunstancias sociales sin llegar a ser patológica.

Pero la paranoia es una verdadera enfermedad mental, un trastorno delirante o psicosis paranoica, que se caracteriza por un patrón de desconfianza y recelos de los demás que se da de forma prolongada en el tiempo. Los que lo padecen limitan su vida social de manera drástica y con frecuencia sienten que están en peligro y buscan pruebas para apoyar sus sospechas. No son conscientes de que su desconfianza hacia el entorno es desproporcionada. Aparentemente se muestran como personajes algo raros y pintorescos, susceptibles, cautelosos, suspicaces y desconfiados.

La sociedad en la que vivimos caracterizada por el individualismo, la intolerancia y el alto grado de competitividad, potencia este tipo de conductas. La competitividad como constante fomenta que las relaciones con los otros sean parciales y sin apenas elementos afectivos o emocionales. Los otros se constituyen como amenazantes de los que hay que desconfiar. Esto hace que entremos en un círculo, en el cual cada vez estamos más solos y a su vez cuanto más solos más desconfiamos y más temerosos nos sentimos de los demás. 

Los síntomas más frecuentes del paranoico son la preocupación porque los demás tengan motivos ocultos, la desconfianza, las creencias de ser explotados o usados por los demás, las dificultades en las relaciones llegando al aislamiento social, el desapego e incluso la hostilidad. Padecen delirios persistentes, falsas creencias de diferentes temáticas o contenidos que se basan en una incorrecta valoración de la realidad exterior. 

Los delirios pueden ser de tipo erotomaníaco cuando se tiene el delirio de que otra persona, normalmente de un estatus superior, está enamorado del uno mismo. Pueden ser de tipo de grandiosidad, cuando uno se cree tener un talento extraordinario, un poder, un conocimiento o una relación especial con una deidad o una persona famosa. Los hay de tipo celotípico, cuando se cree que su pareja está siendo infiel. También puede ser de tipo persecutorio, cuando se cree que uno mismo (o alguien cercano) está siendo tratado con mala intención, está siendo espiado, envenenado, perseguido, etc. Puede ser de tipo somático, cuando se cree que se tiene algún defecto físico o alguna enfermedad. Puede combinar varios tipos y ser de tipo mixto o ser de tipo no especificado si el delirio no pertenece a ninguna de todas estas categorías.

Estas ideas, evidentemente, no son compartidas por el medio sociocultural de la persona que las padece. Algunas veces se trata de una idea única y otras de complejísimos entramados delirantes. El paciente está totalmente seguro de la certeza de sus creencias y no se le puede convencer de su error mediante el razonamiento lógico. Esta es la base de todo trastorno delirante.

Son frecuentes también la rigidez y el autoritarismo, como rasgos de carácter previo, con mala tolerancia a que se les lleve la contraria y dificultades para la autocrítica. También son frecuentes cierta frialdad emocional y la presencia de egocentrismo.

Las causas de este trastorno de personalidad paranoica se desconocen. El trastorno parece ser más común en familias con trastornos psicóticos, como la esquizofrenia y el trastorno delirante. La paranoia suele presentarse con más frecuencia en personas mayores y el aislamiento favorece su aparición, por lo que tienen más riesgo aquellos que viven solos, sobre todo si son mujeres. Cualquier cuadro más o menos crónico o prolongado o cualquier situación de agotamiento psíquico, enfermedad física, e incluso el propio envejecimiento favorecen la presentación de síntomas que definen esta patología.

Tiene difícil tratamiento debido a que las personas que padecen este trastorno difícilmente sienten que están enfermos, no tienen conciencia de su patología, y dada su extrema desconfianza no llegan a confiar en los profesionales. Si el tratamiento se llega aceptar es el mejor pronóstico para el trastorno, y los medicamentos y la psicoterapia con frecuencia pueden ser positivos para reducir los síntomas y las consecuencias de estos a nivel social. El ingreso puede ser necesario cuando la intensidad de los síntomas delirantes conlleva riesgo de conductas agresivas para el paciente o para otros.

La familia de estos pacientes son los pilares fundamentales para su tratamiento. Son los que van a llevarlos a consulta y van a ser parte de su medicina. Es necesario que se favorezca en estos pacientes las relaciones familiares y sociales tan deterioradas por dicha patología.



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