sábado, 23 de abril de 2016

La trasformación de la obediencia.

               LA OBEDIENCIA



         
La obediencia se define con la acción que se lleva a cabo en el cumplimento de la voluntad o demanda de la persona que manda. Este comportamiento que aprendemos desde muy temprana edad conlleva un cierto orden social en la aceptación y resolución de normas sociales, con determinados escalones sociales. Además explicaría comportamientos no tan deseados como los que se producen tras las órdenes de destrucción en situaciones de guerra.

Uno de los experimentos en psicología más conocidos que intenta explicar la obediencia, son los realizados por Milgram. En este experimento, las personas tenían que obedecer las órdenes que les daba la autoridad (el experimentador o el científico). Las órdenes eran que debían dar descargas eléctricas a una víctima que se resistía, y claramente parecía que estaba sufriendo, cuando ella misma daba una respuesta incorrecta. Las descargas empezaban muy suaves e iban aumentando de intensidad con cada nueva respuesta errónea de la víctima. En general, las personas obedecían estas órdenes aún cuando no estaban forzadas hacerlo.

Aunque las personas, en esta investigación de Milgram mostraban signos visibles de angustia al obedecer y, trataron de detener el experimento, la mayoría continuaba obedeciendo y administrando por tanto las descargas a los sujetos cuando no respondían de forma adecuada.

En este experimento de Milgram muchas personas se sintieron obligadas a obedecer al experimentador debido a las normas sociales. Estas personas obedecían pero no porque fueran inhumanos o no tuvieran corazón, por el gran malestar que la mayoría sintió al aplicar dichos castigos y sus expresiones del malestar que habían pasado ante la ejecución de las descargas. A pesar de ello se sintieron en la obligación de continuar con el experimento.

La explicación a la obediencia se apoya en el poder de la situación social para conseguir la obediencia. Es la situación la que pone en marcha la norma de obediencia. De tal forma, que las situaciones que disminuyen la accesibilidad de la norma de la obediencia o aumentan la atención hacia las normas (tales como la responsabilidad social) también disminuyen o no la obediencia.

Por otro lado, la obediencia a la autoridad es también con frecuencia reforzada, como en el caso de la justicia militar. En este ámbito se subraya y resalta la importancia de la obediencia. También puede estar motivada la obediencia por sentimientos privados de obligación (al sentir que la autoridad tiene el derecho legítimo para dictar las normas y nosotros tenemos la obligación de asumirlas). La autoridad debe por ello ser legítima y debe aceptar la responsabilidad de la norma o mandato que impone.

Una vez que se comienza a obedecer, la propia obediencia sirve de refuerzo. Las personas se justifican en su comportamiento de obediencia y culpan a sus víctimas por sus acciones. En general, los que obedecen órdenes destructivas, a veces, reaccionan con enojo, disgusto y hostilidad hacia la figura de autoridad que les dio la orden. Sin embargo, las personas son menos propensas a reaccionar contra la autoridad cuando aceptan la obediencia como legítima. En este sentido, la tendencia a echar la culpa a las víctimas proviene de una creencia bastante asumida en estos casos de que las personas obtienen lo que se merecen (se lo buscaron, ellas lo provocaron), sobre todo cuando se ha llevado ya a cabo la orden ejecutoria contra las víctimas. De esta manera evito sentimientos propios de culpa acerca de la acción ejecutoria.

Muchos procesos psicosociales se combinan para producir este tipo de obediencia destructiva. Las masacres, las atrocidades, la tortura, las exterminaciones, las guerras, las persecuciones, a menudo tienen lugar en contextos de odio violento y gran hostilidad intergrupal. Este odio puede conducir a la exclusión moral en la cual, las victimas del otro grupo resultan tan deshumanizadas, que sus protecciones usuales a nivel social y las inhibiciones comunes del agresor quedan a un lado. De esta manera, el ejecutor hace lo que debe y no asume la responsabilidad ni la culpa de las consecuencias.


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