sábado, 28 de mayo de 2016

Nuevos modelos de familias...

LA FAMILIA RECONSTITUIDA


Este tipo de familias han comenzado a frecuentar las estadísticas. En nuestro país son un fenómeno reciente y relativamente infrecuente comparado con otros países, sobre todo en relación a las familias reconstituidas que provienen de un divorcio o separación anterior.

La familia reconstituida se define como una familia formada por una pareja adulta en la que al menos uno de los cónyuges tiene un hijo de una relación anterior. Esta definición descarta incluir dentro de estas familias a las parejas sin hijos que se vuelven a casar y también modelos familiares en los que pueda haber hijos de varias relaciones, si no hay también dos adultos. 

La familia reconstituida más antigua, la de toda la vida, es la que proviene de la muerte de uno de los progenitores. El padre o la madre viudo o viuda se vuelven a emparejar y aparecen las figuras de los padrastros y madrastras, figura que todos conocemos a través de los cuentos tradicionales.

Estas familias pueden originarse también de un divorcio donde al menos un miembro de la nueva pareja o ambos tengan hijos previos. En estos casos y tras la separación o el divorcio las familias dan un paso más allá en su evolución: los progenitores vuelven a emparejarse, iniciando una nueva convivencia, con o sin vínculo matrimonial.

Una prioridad básica de la adaptación de estas familias es la construcción de una sólida relación de pareja, un vínculo fuerte y estable entre sus miembros es una fuente de apoyo imprescindible para poder afrontar los problemas que inevitablemente surgen en el periodo de integración de la nueva familia. Para los niños, esta relación tiene unas ventajas indudables, porque les da seguridad, reduce su ansiedad acerca de una nueva ruptura, crea una buena atmósfera para el establecimiento de relaciones estrechas con la nueva pareja de su progenitor y, además, les proporciona un modelo feliz de pareja.

En cuanto a las relaciones entre los niños y la nueva pareja de su padre o su madre, es uno de los aspectos más singulares y cruciales para el buen desenvolvimiento de estas familias. El rol de la nueva pareja del progenitor no se alcanza automáticamente, sino que necesita un tiempo para su encajamiento. La secuencia ideal pasa por ser inicialmente una persona adulta amiga y cariñosa, que está involucrada en la vida de los niños y apoya la labor del progenitor, pero no asume el ejercicio de la autoridad. En la medida que aquellos lo van aceptando en su vida, se va abriendo un nuevo hueco para la intimidad y el contacto estrecho en estas relaciones, que podrá irse definiendo de un modo más cercano al paterno o materno-filial, o más bien como un confidente, un amigo, un apoyo en el que se puede confiar y con el que se pueden compartir preocupaciones, libre a su vez, de la responsabilidad de la paternidad o maternidad.

La edad de los niños será para este proceso una variable relevante: así, cuanto más pequeños son más probable es que se defina su relación como un rol paterno-materno. Según avance en edad mayor será la tendencia a ese otro polo de confidialidad y amistad. Además, el inicio de la adolescencia parece ser la peor edad para ajustarse al nuevo emparejamiento del padre o madre biológicos, probablemente porque a las tensiones ligadas a la pubertad y las demandas de mayor autonomía se unen a las propias de la transición familiar y la aceptación de una nueva figura adulta en su vida.

Otro factor importante para la adaptación de estas familias es la relación entre el padre o madre biológica y sus hijos. Esta debe ser estrecha y especial y con tiempo propio y exclusivo. Este tipo de relación beneficia a los hijos para que no puedan sentirse desplazados por la nueva relación de pareja del padre o madre y también para evitar la rivalidad que puede darse por la existencia de otros niños en el hogar, particularmente si son también hijos biológicos del progenitor.

Añadiría también el papel que puede realizar en este proceso de adaptación el progenitor que no convive en esta nueva familia. Si este colabora, acepta y permite a sus hijos con su actitud el desarrollo de esta familia, va a favorecer y garantizar que ellos no tengan dificultades y problemas de lealtades. Así, el progenitor permite que sus hijos puedan disfrutar de su nueva familia y pueden sentirse bien y no considerarse culpables por ello. La clave está en funcionar como dos hogares independientes, pero conectados de forma armónica a propósito de los hijos comunes.





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